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He visto el programa WILD FRANK TOROS. Me ha gustado. No coincido en sus planteamientos,  pero no debo decir que no me gusten, me parecen lógicos e incluso defendibles; él no es un  taurino, pero no debo decir que no me gusta. Es respetuoso y está hecho con cariño hacia el  mundo que él entiende y defiende y con respeto al que no comparte.

Ya son muchos los años en los que nos vemos frente a un enemigo poderoso, mediática y  económicamente. Bien organizado, con una estrategia definida y un discurso bien estructurado.  Llega a la sociedad y cala, sobre todo, en los más jóvenes.

Ante este fenómeno, que no es nuevo pero que sí que está muy de moda al hilo de los tiempos  que nos está tocando vivir, los aficionados siempre hemos optado por un mantra poco  trabajado: que nos respeten y no nos insulten. Perfecto, pero insuficiente.

Vemos cómo evolucionan los tiempos y ante la ola antitaurina que me arrolla he reflexionado  mucho y he llegado a una conclusión: El antitaurinismo me ha beneficiado, me ha hecho mejor  aficionado. Me gustaría explicároslo con un poco de calma.

Siempre veo las manifestaciones que, incumpliendo reiteradamente la legislación vigente al  estar a menor distancia de lo reglamentariamente dispuesto y abusando del buen carácter de  aficionado, se repiten cuando voy a un festejo; veo las pintadas, los carteles, los mensajes, los  tuits… Y ha llegado la hora de preguntarme: ¿Y si tienen razón? ¿y si soy un asesino? ¿y si soy  un maltratador? ¿y si es verdad que me divierto con el sufrimiento cruel e inútil de un animal?  ¿y si mis razonamientos no son los correctos, en definitiva?

Como hombre, dudo. Y reflexiono. Y esa reflexión que he hecho al atender los razonamientos  del antitaurinismo me ha hecho crecer como aficionado y os invito a que reflexionéis y que  aprovechando el ambiente creado os miréis como aficionados y a que os hagáis esas preguntas.  Al final vamos a darles las gracias, ya veréis. Nos van a hacer más fuertes porque será más fuerte  nuestra convicción y será más poderosa nuestra afición. Os voy a contar mi experiencia personal  al pensar, como os digo, en el mundo del toro al ver el programa Wild Frank Toros.

Me gustan los toros. Me gustan porque me gusta la belleza, la plasticidad, el sentimiento que  surge de una obra de arte. El torero solo. Con el toro. Vivir o morir. El toreo es arte, sí es arte;  es dulzura, es sentimiento, es armonía, es compás, es pellizco, es duende… es arte. El toreo  aporta a mi vida arte y el arte es, por definición, bello. No pretendo que los demás vean arte  donde yo lo veo porque sería una arrogancia por mi parte. El arte, para que sea arte, te debe  conmover y a mí el toreo me conmueve por muchas razones: porque veo a un hombre jugarse  la vida, porque veo a un toro luchando por la suya, a un ganadero que se deja el alma para llevar  ese toro a la plaza, porque el público ruge, porque la tarde no acompaña… y algunas veces,  solo algunas veces, me toca el alma. Y eso justifica mi afición con creces.

Y pienso en ello y me digo: soy taurino.

Miro a mi alrededor y veo mucha agresividad, veo polémicas muy forzadas, mucho ruido. Y no  me gusta; no me gusta el feísmo que se ha adueñado de una parte de nuestra sociedad. Feísmo estético, musical, cultural, político… me desagrada y no poco. Es un feísmo de muy poco nivel  intelectual, que lo puedo decir porque para eso escribo esto a mi gusto, basado en lugares  comunes y hechos que cada vez quedan más lejos en nuestra historia. Es un feísmo que no  avanza ni deja avanzar. Es el reverso de la fiesta. Lo feo, lo chabacano, lo zafio.

La Fiesta me aporta, como antes os he dicho, ese contrapunto necesario al feísmo y a la completa  falta de respeto a todo y a todos que nos quieren colar como normal, sana y democrática  práctica. El toreo entiende de liturgia, de valores eternos como el respeto a la antigüedad, el  compañerismo, la solidaridad con los necesitados, el amor a los animales y al campo, la honradez  del trabajo sufrido, la épica del esfuerzo, la superación personal…

Y pienso en ellos y me digo: soy taurino.

Cuando escucho a los antitaurinos argumentar sobre la crueldad de la fiesta, reflexiono y debo  concluir que en efecto, la fiesta es violenta. Lo es por esencia, porque el toro es un animal salvaje  cuyo único instinto es acometer y la acometida de una bestia así es naturalmente violenta. Para  luchar contra ese noble salvaje el hombre ha desarrollado a lo largo de los siglos una técnica que  es la lidia que está pensada para dominar a un animal indomable. Y aquí está la clave: la lidia  está pensada. Pensada. El hombre es superior al animal, que tiene derechos, sin duda, pero ni  iguales ni superiores al hombre. El animalismo infantil que da la espalda a la realidad y prefiere  ver la vida como la armonía de los habitantes del planeta sin distinción de especies es el reflejo  de una sociedad con una grave deficiencia si no intelectual, que me parece un exceso, si  preceptiva.

La vida, la vida real, es violenta. Es muy dura. Y el toreo es la vida real. Se pretende anestesiar a  la sociedad con una visión envenenada, en la que no hay sufrimiento, ni dolor, ni violencia. Yo  no veo así las cosas. Entiendo que el toreo es un compendio de verdades: la vida y la muerte, el  triunfo o el fracaso, el valor o la cobardía, la lucha o la huida… Encierra el toreo una filosofía que  va mucho más allá del simple espectáculo de una tarde, el toreo habla y nos cuenta que la vida  es violenta e incluso cruel, pero que el hombre la puede dominar porque es esta capacidad la  que lo distingue.

Y pienso en ello y me digo: Soy taurino.

Al parecer lo moderno y lo culturalmente vanguardista es ser antitaurino. Para empezar, a mí  me parece que ser anti nada es una pérdida de tiempo tan grosera como ser envidioso, por  ejemplo. Pero lo que retrata a nuestra sociedad es que siempre se opta por lo más fácil, por lo  más cómodo.

El antitaurinismo, además, se ha arrogado con la supremacía moral sobre el resto de los  mortales, lo que les potesta para determinar sin ningún género de dudas quién es bueno y quién  es malo. Lo escribo y me revuelvo.

Pero para mí, lo moderno y lo realmente estimulante es la rebeldía del toreo. No hay nadie más  rebelde que un torero. Es un hombre que elige un destino tremendo: jugarse la vida frente a  una bestia cada tarde. Esa es una actitud rebelde y antisistema, porque solo es rebelde aquello  que hace que te la juegues de verdad y no poses y lemas de pancarta demagógica que se queda  tirada después de la concentración en cualquier esquina. El toreo no. El torero, el rebelde, el  inadaptado a una sociedad pueril y atrasada, el que elige acaso morir, no termina con su  rebeldía y su modernidad cuando termina una corrida sino que continúa después en una actitud  vital que no se somete a nada ni a nadie, solo a su propia voluntad. Eso es rebeldía, eso es ser  moderno: estar dispuesto a morir por un modo de entender la vida, por un poco de felicidad.

Y pienso en ello y me digo: Soy taurino.

Muchas veces tengo la sensación de que me quieren salvar de un error: mi afición. No quiero  que nadie me salve de nada; no lo respeten, que tampoco lo quiero para nada. No lo entiendan,  que no les quiero obligar a nada. Mi vida y mis aficiones las quiero elegir yo y no me concibo  juzgando las aficiones de los demás. No me considero tan sabio como para hacerlo. Es mi  forma de entender la vida: si alguien quiere hacer algo que lo haga, mientras no me obligue a  hacerlo a mí. Y ni yo ni ningún aficionado queremos obligar a nadie a que le guste, respete o  comprenda nuestra afición, dejémonos de tonterías. El respeto debe ser mutuo y solo se respeta  a quien se hace respetar con su recíproco respeto. Respeto… qué es respeto.

Me respeta alguien que se manifiesta? Creo que sí. Me respeta alguien que detesta mi afición?  Por supuesto que sí. Respeto es, en mi opinión, combatir lo que detestas atendiendo a las reglas  del juego, pero cuando ese combate se pierde, porque nunca podrán con la fiesta, se pasa a  exigir la prohibición y en ese momento yo no me siento respetado. Acuden entonces a un  político, que es lo más triste y lo más fácil, porque tarde o temprano necesitará para que le  salgan los números y mantener su indigno negocio un voto que le obligará a ceder al chantaje  abolicionista.

Y pienso en todo lo que os he contado y me digo: Soy taurino, PORQUE SOY LIBRE

La libertad es el toro.

N.T. Alumno del Grupo Torea y asociado de CETA.

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